Sonriamos a los rostros tristes,tímidos,
Sonriámosle a Dios con la aceptaciónde todo
Las palabras de Cristo son muy claras,
El experimentó lo que es ser rechazado porque
Esta hambre de hoy,
Madre Teresa de Calcuta
La mayor riqueza que un hombre puede poseer, lo más valiosa por encima de todas las cosas, es la amistad. Esta por lo general no surge de la noche a la mañana, pues tener un amigo(a) es el resultado de una paciente y respetuosa actitud ante la vida, donde previamente se desarrollan una serie de virtudes personales que hacen de una persona digna y generosa, capaz de darse a los demás de manera incondicional y sobre todo, con lealtad a toda prueba.
Ser leal presupone ser persona de palabra, que responda con fidelidad a los compromisos que la amistad lleva consigo. Leales son los amigos que son nobles y no critican, ni murmuran, que no traicionan una confidencia personal, que son veraces. Son verdaderos amigos quienes defienden los intereses y el buen nombre de sus amigos. Ser leal también es hablar claro, ser franco y sobre todo, capaces de corregir a un amigo que se equivoca de una manera respetuosa y sabedor de que es de humanos equivocarse pero de sabios saber corregir los errores.
Paulo Coelho escribió una pequeña metáfora que ejemplifica muy bien el valor de la amistad y las recompensas que un hombre puede tener si conserva la fidelidad y la lealtad. La historia dice así:
UN HOMBRE , SU CABALLO Y SU PERRO
Un hombre, su caballo y su perro iban por una carretera. Cuando pasaban cerca de un árbol enorme cayó un rayo y los tres murieron fulminados.Pero el hombre no se dio cuenta de que ya había abandonado este mundo, y prosiguió su camino con sus dos animales (a veces los muertos tardan uncierto tiempo antes de ser conscientes de su nueva condición...)La carretera era muy larga y colina arriba. El sol era muy intenso, y ellos estaban sudados y sedientos.En una curva del camino vieron un magnifico portal de mármol, que conducía a una plaza pavimentada con adoquines de oro.El caminante se dirigió al hombre que custodiaba la entrada y entabló con él, el siguiente diálogo:--Buenos días. --Buenos días - Respondió el guardián. -- ¿Cómo se llama este lugar tan bonito? -- Esto es el Cielo, contesto el guardia. ¡Qué bien que hayamos llegado al Cielo, porque estamos sedientos! -- Usted puede entrar y beber tanta agua como quiera. Y el guardián señaló la fuente. --Pero mi caballo y mi perro también tienen sed, y… --Lo siento mucho, Dijo el guardia interrumpiendo, pero aquí no se permite la entrada a los animales. El hombre se levantó con gran disgusto, puesto que tenía muchísima sed, pero no pensaba beber solo. Dio las gracias al guardián y siguió adelante. Después de caminar un buen rato cuesta arriba, ya exhaustos los tres, llegaron a otro sitio, cuya entrada estaba marcada por una puerta vieja que daba a un camino de tierra rodeado de árboles. A la sombra de uno de los árboles había un hombre echado, con la cabeza cubierta por un sombrero. Posiblemente dormía.-- Buenos días, dijo el caminante. El hombre respondió con un saludo solo con la mano, sin mover la cabeza. -- Tenemos mucha sed, mi caballo, mi perro y yo. -Ah, si… hay una fuente entre aquellas rocas, dijo el hombre, indicando el lugar y añadiendo: --Pueden beber toda el agua que quieran, esta fresca y es natural. Entonces, el hombre, el caballo y el perro fueron a la fuente y calmaron su sed. El caminante volvió atrás para dar las gracias al hombre. --Pueden ustedes volver siempre que quieran. Le respondió éste. -- A propósito ¿Cómo se llama este lugar?- preguntó el hombre. - Se llama CIELO. --¿El Cielo? --¿Sí? ¡Pero… si el guardián del portal de mármol me ha dicho que aquello era el Cielo! -- Aquello no era el Cielo. Era el Infierno, contestó el guardia. El caminante quedó perplejo, añadiendo: --¡Pero esto es inaudito, deberían prohibir que utilicen este nombre, pues es información falsa que de seguro debe provocar grandes confusiones! -- ¡De ninguna manera! increpó el hombre, en realidad, nos hacen un gran favor, porque allá se quedan todos los que son capaces de abandonar a sus amigos. (Paulo Coelho)